Leonardo Lizana, sacerdote chileno de 34 años ha viajado hacia Rwanda recientemente. Leonardo, que está estudiando la licenciatura de Biblia en la Facultad de Teología de Vitoria, además, colabora pastoralmente en Kuartango y Urkabustaiz. Está allí para visitar Ruanda y conocer el proyecto que se está llevando a cabo desde hace dos años en Kayenzi: la creación y puesta en funcionamiento de una escuela infantil para 100 niños y niñas. Publicamos sus primeras impresiones tras llegar al país africano:
«Escribo desde Rwanda, desde la sala de profesores de la escuela de Kayenzi y, como música de fondo, escucho las voces de los niños que repiten, una y otra vez, una lección en inglés. Es una mañana brumosa de temperatura muy agradable. De vez en cuando pasa algún niño o niña frente a esta sala camino al examen que están teniendo algunos en la sala contigua.
Llevo cinco días en este país. Cinco días que me parecen un sueño, si pareciera que son solo horas las que he estado aquí. Llegué de noche a Kigali, la capital del país, ahí me esperaban con una sonrisa y un abrazo cariñoso las hermanas misioneras de Jesús, María y José. Junto a estas hermanas estaba Pacific, un hombre bueno y sonriente que me dio la bienvenida y me dijo que sería el chófer. Salimos del aeropuerto y lo primero que resulta evidente es la sobrepoblación, donde se mire hay gente y siempre caminando, como si buscarán algo, beti bidean, siempre caminando. Nos encontramos un accidente en la carretera y eso ayudó para poder ver la vida tal como es en la noche de Kigali. Por la ventana un niño me gritaba: Musungo, musungo (blanco, blanco). Después de una hora y media pudimos seguir nuestro camino a Kayenzi.
Jueves y viernes fueron días para conocer el entorno. La obra de las hermanas y saludar a Evarist, el párroco, y Donascien, el vicario parroquial. Ambos muy jóvenes y acogedores. Me recibieron como a un hermano, con respeto y dignidad. Evarist transmite mucha paz, me sorprende lo alto que es, si parezco un niño a su lado. Donascien es un hombre muy profundo, recién cumplió dos años de ordenación, y me ha dado una clase de espiritualidad al decirme que los años no importan, lo que importa es la pasión, la fidelidad y la entrega en el presente en el que estamos. En ambos solo veo Gardentasuna (transparencia).
El viernes lo pase en la escuela que vine a visitar, es un lugar maravilloso. Los niños y niñas muy ordenados con sus impecables uniformes realizan, antes de comenzar, unas dinámicas que alternan el inglés, el francés y el kinyarwanda. He recorrido cada rincón de esa escuela y la labor de las hermanas es admirable, con poco hacen mucho. Doy gracias a Dios por ser testigo de la esperanza que reluce en cada rostro de estos niños. En Kayenzi se escribe una nueva historia para Rwanda. Afuera ha comenzado a correr viento y yo creo que es un futuro mejor el que danza en estas aulas de clase. Me surge decir: beti aurrera (siempre adelante).
El sábado participé de la ordenación de 63 nuevos sacerdotes. Fue increíble, estuvimos seis horas en misa con el nuncio, todos los obispos y casi todos los curas del país. La ocasión lo ameritaba, se cumplen 100 años desde la primera ordenación sacerdotal en Rwanda. Ahí conocí a Lawrence, un cura doctor en historia que, en un perfecto castellano, fue mi intérprete. Me sorprendió la ongietorria, la acogida de los sacerdotes. 700 sacerdotes aproximadamente que prácticamente se conocen todos, estoy seguro que salude a más de 500. Todos me dieron la bienvenida y se sorprendían que alguien de Chile estuviera aquí. Aquí también existe la expresión «dónde el diablo perdió el poncho» que escuche muchas veces. Un cura de Catalunya se alegró mucho que viniera desde el País Vasco y recordó esos años en que sólo un río separaba a vascos de catalanes en este país de las mil colinas. Los bailes y la música nos sumergieron en una atmósfera dónde el misterio de la encarnación se hacía manifiesto en una celebración dónde lo humano y lo divino se unieron dando paso a la alegría y la fiesta.
El domingo una parroquia repleta, con más de 500 personas, me dio la bienvenida, fue emocionante recibir tanto cariño. Una hermosa misa llena de cantos y color, me sorprende la solemnidad de todos. Por la tarde salgo a caminar y avanzó muy poco, las personas me detienen para hablarme, he aprendido que el idioma no es un impedimento cuando las miradas son transparentes y cariño sincero. Se muy poco kinyarwanda, pero no me falto conversación. Es curioso sentirse tan querido con una mirada y una sonrisa. Los niños me siguen y ríen a carcajadas cuando les digo: nimeza shane (muy bien). En estos niños y en la gente que me he encontrado veo una riqueza humana que nosotros hemos perdido. Me he sentido pobre ante la riqueza humana de esta gente que siempre sonríe, siempre camina, siempre saluda y siempre acoge.
Desde Rwanda un abrazo para todos los que siguen, me animan, rezan y me desean éxito en esta misión.
Imana iguje umugisha (Dios les bendiga)
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