La celebración del DOMUND del próximo domingo hace que esta semana sea especialmente misionera y aunque otros años, en días precedentes al DOMUND, se organizaban numerosas actividades en centros escolares, etc…, en esta edición la programación se ha visto alterada debido a la actual situación sanitaria, pero son días para tener más presente que nunca a los misioneros y misioneras y para poner el valor el importante trabajo que realizan en los lugares en los que se encuentran, viviendo, en muchos casos, situaciones de gran dificultad.
Hoy reproducimos la carta que el misionero diocesano Juan Mari Bautista remite desde Guayaquil, en la que agradece la ayuda recibida y relata como han transcurrido estos meses desde la declaración del estado de emergencia:
«(Séptimo mes de la declaración del estado de alerta por la pandemia)
«Cuando nos llegan las noticias de un segundo rebrote entre vosotros, un saludo fraterno de mi persona y de esta comunidad parroquial a toda la comunidad diocesana.
Lo primero que quiero decir es: ¡GRACIAS POR CUIDARNOS! ZUEN LAGUNTZA, GURE ZAINTZA.
Desde los primeros momentos, cuando Guayaquil era un caos calamitoso y trágico, vuestra ayuda llegó puntual y precisa en forma de whatsaps, de llamadas de teléfono, de ayudas económicas…Vuestras llamadas han sido una recarga abundante de ánimo, una dosis constante de aliento y un abrazo fuerte de sabor fraternal. Los diversos donativos y ayudas económicas, procedentes de misiones y de particulares, han sido un pilar fundamental que, en un principio, cuando parecía que todo se venía abajo, nos ha ayudado a sostener el edificio de la vida con dignidad y a disipar el sentimiento de impotencia que nos acechaba ante lo que estaba aconteciendo de forma inesperada y desconocida. Ese dinero se ha convertido en ataúdes, nichos, comida, (mucha comida), iniciativas educativas e incluso laborales. Y sobre todo, en serenidad, paz, e incluso alegría de cientos de personas. Por todo ello, muchas gracias por cuidarnos. Vuestra ayuda nos ha cuidado.
Siempre está conmigo el convencimiento de que no estoy solo. Que estoy aquí enviado por la comunidad diocesana. Que conmigo estáis todos vosotros. Me siento miembro de la Iglesia Diocesana y la comunidad diocesana conmigo. Vuestra ayuda es un ejercicio de fraternidad conmigo y con estas gentes, de hacer iglesia con otras iglesias hermanas, de compromiso real con los pobres.
TIEMPO DE PANDEMIA, TIEMPO DE LA MISERICORDIA
Estábamos en plena Cuaresma cuando declararon el toque de queda en Guayaquil. Llevábamos tres semanas cantando en el himno cuaresmal-pascual “Este es el día del Señor, este es el tiempo de la misericordia”. Se convirtió en el himno de esos primeros momentos. Y la misericordia como palabra y como exigencia del amor cristiano fue llenándose de personas y contenidos. Las obras clásicas de misericordia fueron cobrando actualidad y realidad: “Enterrar a los muertos”, “dar de comer al hambriento”, “enseñar al que no sabe”, “visitar al enfermo…
“Enterrar a los muertos”
Vuestra ayuda, en un primer momento, nos ayudó a facilitar los ataúdes de las primeras personas fallecidas y algún nicho. Las funerarias y cementerios con un comportamiento despiadado y especulador subiendo precios hacían su negocio, añadiendo a la tragedia angustia, incertidumbre y deudas por un tiempo a los familiares de las personas fallecidas. No fueron muchas en nuestra comunidad en comparación con otros lugares y zonas de la ciudad: Seis de personas conocidas. Esta comunidad es joven y el virus, dicen, que ataca a los de la tercera y cuarta edad. Esta comunidad la componen personas emigradas del campo hace 15 años. Los mayores rondan en torno a los 50 años.
“Dar de comer al hambriento”
En un segundo momento, gracias a las diversas ayudas económicas, ante el colapso de las empresas y negocios, se ha dotado de alimentos en forma de canasta básica, a 300 familias semanalmente durante los tres primeros meses en los que raro era el hogar donde entrara algún dólar. Hoy, la situación ha cambiado a mejor y se han puesto en marcha un gran número de trabajos anteriores al estado de alarma.
Como consecuencia de toda esta ayuda alimentaria, ha brotado un grupo de amas de casas que, aprovechando el espacio de media hectárea de una de las capillas, ha iniciado un proyecto laboral de elaboración y cultivo de huertos familiares y comunitarios. Se han dado los primeros pasos. Esperemos haya perseverancia.
“Enseñar al que no sabe”
Al inicio del curso, nos encontramos con un grave problema educativo para los niños y niñas de escasos recursos: El ministerio ha optado por la emisión de las clases de este curso vía informática. La desvergüenza en este aspecto por parte de las autoridades no tiene nombre. No ha tenido en cuenta las condiciones de vida de estos niños y niñas pobres, que no disponen de medios, porque tampoco se les facilita los medios. Solo se gobierna desde y para las clases pudientes, marginando de forma oficial y despiadada a los niños y niñas en cuyas casas no hay disponibilidad de medios para acceder a la propuesta educativa del ministerio. Y éste tampoco se las facilita.
Por todo ello, un grupo de jóvenes de la parroquia ha asumido la misión de socorrer a estos niños y niñas facilitado la conexión online, las tablets, teléfonos, impresora y seguimiento tutorial, creando un aula virtual para 70 niños en los espacios de la parroquia.
Como consecuencia de esta actividad y como culminación de la jornada escolar diaria ha surgido la iniciativa del comedor escolar en el que todas las personas que conforman el aula reciben la comida del mediodía, garantizando a los mismos niños una alimentación sana y balanceada.
“Estuve en la cárcel y me visitasteis”
Hacía un año que, todas las semanas, dos parroquianos y yo visitábamos el Correccional de Menores. Ante la racha de muertes provocadas por los carteles de la droga en las diversas cárceles y con la pandemia se nos ha prohibido la entrada y la visita que semanalmente hacíamos a los jóvenes privados de libertad. Ante esta situación el consejo parroquial ha decidido y mientras dure el confinamiento colaborar con 100 dólares mensuales en azúcar y harina para que los jóvenes de dicho centro con el maestro panadero continúen las clases de panadería.
Hoy, es la forma de acercarnos al sufrimiento de estos muchachos, la mayoría, víctimas de la misma sociedad que los condena.
LOS POBRES NOS SIGUEN ENSEÑANDO
Una de las experiencias más gratas y edificantes de todo este tiempo es que los pobres, si estamos atentos y les escuchamos nos siguen enseñando.
Nos enseñan a RESISTIR. Hace unos años, Ernesto Sábato, en su libro “La resistencia”, animaba a la intransigencia con ciertos contravalores como ejercicio primero de no caer en las fauces del neoliberalismo despiadado que, desde el individualismo y la insensibilidad, arrasa con los valores más altos de los pueblos y culturas. Los pobres, en los primeros tiempos de esta pandemia, sin trabajos y sin familiares, nos animaban a no bajar la guardia y nos impelían al cultivo de valores espirituales que nos podían salvar de la catástrofe. Lo que el mundo desarrollado había perdido e iba recuperando según pasaban los días, ellos, que nunca los habían perdido, ponían en el centro de la mesa: El sentido del arroz compartido, el intercambio de afectos, el cultivo del gozo y la alegría, el diálogo, la imaginación, la belleza, la confianza en la comunidad. Nos enseñan a superar la fórmula neoliberal por excelencia “sálvese quien pueda” por el grito del proyecto comunitario “unidos somos más”. Y en el centro de todo, nos enseñan que Jesús es el camino, la verdad, la vida.
Nos enseñan a SER FUERTES ante el miedo. Los efectos nocivos de la pandemia no han sido sólo de índole físico sino también anímico y espiritual. El miedo que nos paraliza y debilita está siendo uno de ellos. Este miedo es real. Nada ni nadie nos puede garantizar la salvación de los efectos nocivos de la pandemia. El recurso del “zoom” nos ha facilitado una cierta comunicación, pero también nos ha alejado y nos está haciendo vivir un “nuevo modo de existencia” por cuyas grietas se introduce el miedo que deriva en pasividad, resignación, desencanto. Los pobres, con su vida a la intemperie, nos enseñan a liberarnos del excesivo cuidado que quiere garantizar todo riesgo pero que por lo mismo nos priva de las mejores vivencias. “Nada te turbe, nada te espante…” se ha convertido en la oración de postcomunión. Sólo Dios basta. Nada ni nadie, la pandemia menos, puede desbaratar nuestras vidas de entrega y de actividad. Y esto no ha sido una llamada a la imprudencia y a la irresponsabilidad. Con todos los protocolos cumplidos, los pobres nos invitan, a lo que Jesús nos dijo y sigue diciendo. “Sed fuertes. No tengáis miedo”. Fuertes porque su fundamento, su roca, es Jesús, como en la parábola del hombre prudente y sabio.
Nos enseñan a ESPERAR CONTRA TODA ESPERANZA. Cuando decimos que hay que esperar “contra toda esperanza” nos referimos a la esperanza cristiana que los pobres la viven como una confianza total en la vida y en todo. Siempre queda el Padre de la misericordia. Esperar contra toda esperanza es vivir sabiendo que en esta vida las mejores vivencias no se adquieren con dinero. La vida es mucho más que la cuenta de ahorros. Esperar contra toda esperanza es saber y vivir, gracias a Cristo, que el amor es más fuerte que la muerte. Esta pandemia nos ha ayudado a reafirmar todas estas vivencias adquiridas por los pobres como valores de su cultura.
Cuando a inicios de junio, tras un examen serológico, me dijeron que mi barrera inmunológica era fuerte y el nivel de anticuerpos era muy alto por ello el carácter asintomático de mi infección, pensé que tanto física como espiritualmente mis hermanos y hermanas de comunidad eran los mejor dotados y preparados para hacer frente a las consecuencias nocivas de esta pandemia. Los años pasados superando gripes, catarros, a base de una o dos pastillas, y con muchas “agüitas” de té, yerbaluisa, manzanilla, jugos de limón y naranja y vida al sol, a la intemperie, han creado en su organismo una serie de anticuerpos o una barrera inmunológica que doblega al virus. Al mismo tiempo, la existencia vivida al día, llena de imprevistos, de riesgos, de inseguridades, en una connivencia permanente con la muerte les ha otorgado el espacio en su corazón para hacer sitio a Jesús y a su proyecto de fe, esperanza y amor y les ha colmado de fortalezas de índole espiritual que la vida fundada en el consumo y el tener, en la búsqueda del gozo por el gozo, nunca dispone. Los pobres de mi comunidad me enseñan cada día a esperar contra toda esperanza.
Un abrazo agradecido y fraterno a toda la comunidad de la Iglesia Diocesana».
Deja una respuesta