Calceta,15/08/2023
Vivimos en tiempos donde ni siquiera los postulados de la Filosofía política encuentran razonamientos coherentes que expliquen cómo más de siete millones de ciudadanos/as argentinos, en el ejercicio de su libertad democrática, dan su voto a un político que plantea desmantelar el Estado de bienestar y eliminar los Ministerios de Cultura y de Educación, nada más llegar al poder.
La Sociología, en cambio, sí llevaba advirtiendo en toda América Latina del hartazgo infinito de la juventud con la clase política tradicional; jóvenes que pueblan las infrafinanciadas Universidades públicas y que se ven sin futuro laboral digno. En realidad cuando se recogen los datos de la penosa emigración por la selva del Darien (Panamá) de grandes masas de empobrecidos, sólo se resaltan imágenes familiares, apenas hay datos desagregados de la enorme sangría de jóvenes que está suponiendo este éxodo salvaje.
La conciencia de non future gravita también en la juventud esmeraldeña, manabita y de los suburbios de Guayaquil. La inseguridad y el miedo nos llevan invadiendo más de un año y la vorágine es tal que apenas hay tiempo para elaborar una radiografía precisa de las causas, así que atónitos parecemos figurantes de un decorado dónde sólo estamos para sufrir las consecuencias. Unas consecuencias que llevan más de un año tiñendo de sangre cárceles y calles de las zonas más desfavorecidas del país, mientras los medios de comunicación nos hablaban de peleas entre bandas por territorio y la academia ha sido incapaz de interpretar los acontecimientos para dar claves a la clase política.
La corriente universal de polarización política lleva instalada en Ecuador desde hace más de seis años; años de desmantelamiento tenaz del Estado y de toda legislación garantista de derechos, incluidos los más básicos como sanidad, vivienda y educación. La inseguridad y el contexto delictivo se extendía, pero el caos no llegaba a las élites, así que todo era soportable antes de reconocer el desastre al que se estaba llevando al país; la razón justificativa “la culpa es del correísmo” ha servido para fomentar la inconsciencia y el mirar para otro lado. A fin de cuentas, las élites y los profesionales, seguíamos teniendo trabajo y haciendo nuestra vida; el campesinado empobrecido sin nada que perder porque ya no tienen nada, no cuenta como interlocutor y si cuenta, como el mundo indígena, es engañado en mesas de trabajo interminables con incluso la aquiescencia de la Conferencia Episcopal que dizque garantizaba la recogida de las demandas indígenas en su tarea de mediación. Y así nos fuimos de bruces a unas elecciones ante la inoperancia y la supuesta corrupción del Presidente del país.
Una contienda electoral en un momento donde gran parte de la sociedad ecuatoriana está armada y responde con violencia, tal como afirma Ramiro Aguilar, ex presidente de la Asamblea Nacional (2013-2017). Una violencia social permitida por el capitalismo salvaje como desfogue para los jóvenes de las clases subalternas, como limpieza social y como negocio, concluye este abogado quiteño. Así, mientras el enfoque nacional e internacional se dirige a la muerte del político electo más mediático, se traman los acuerdos de un sistema convalidado por el narco y donde el FBI realiza las labores de inteligencia. También desde mi perspectiva, esto es violencia social y no violencia política, si lo fuera, ya se la habría combatido con más medios.
Y esta es la clave, la violencia social tolerada manteniendo las desigualdades, en las ciudades sin trabajo digno (un 38% de la población según los últimos datos del INEC) y en el campo trabajando día y noche pero a pérdidas. Una cosecha de maíz que se ha vendido a un máximo de 13$ el quintal (qq) cuando el precio que cubre costes está en 16$; una cosecha de arroz acaparada por mayoristas a 38$/qq y luego vendida a 50$ el quintal, porque al menudeo por libras que es lo que compra la gente, supera los 55$… ¡y la lista es interminable!
Así pues, con una economía en ruinas donde todos los indicadores macroeconómicos están en rojo, con la salud física y psicológica resquebrajada porque se vive angustiado; se observa cómo al otro lado, el sistema bancario y las empresas de telefonía ven crecer como nunca sus activos financieros. La respuesta no es un milagro bíblico, es tragedia de actividades ilícitas y lavado en un país dolarizado.
La esperanza se abría paso en estas elecciones con la ansiada vuelta de la Revolución ciudadana, a juzgar por los datos de las últimas elecciones municipales y provinciales; pero los hilos que mecen las débiles democracias como la ecuatoriana, han operado para que ahora no haya certezas. Realmente tengo dudas para interpretar la tendencia ganadora de una elección emocional como la que se avecina el domingo día 20. La barbarie nos ha dejado sin enojo y dóciles acudiremos a votar en un país donde no puede haber indiferentes porque el voto es obligatorio. También dudo de que la sociedad esté dispuesta a suicidarse votando a candidatos de la derecha que recetan armarse individualmente para defenderse. Este desenlace lo conoceremos dentro de unos días.
En el continuum que es la vida campesina, este fin de semana se terminará de recoger la cosecha de maíz, se secará y meterá en el silo recientemente comprado con el Proyecto de Fortalecimiento productivo financiado por MMDDVV; un ensilaje para esperar tiempos con mejores precios. Después de las elecciones, el siguiente sábado y sea cual sea el resultado de éstas, en la Tierra comunitaria y en medio de la naturaleza que nos da de comer, celebraremos juntos la fiesta de la cosecha. Ya saben, en la cultura de la pobreza, como teoriza la Antropología, se busca la gratificación a través de lo inmediato, con la fiesta y el baile; creo sin embargo que es una pequeña respuesta racional a las condiciones objetivas de impotencia.
M. Isabel Matilla
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