Valentín Vivar, presbítero alavés que participó en las actividades de verano organizadas por Josetxu Canibe, hace ahora 60 años, en Payueta, nos hace llegar este texto recordándole y poniendo en valor esta experiencia que ha dejado rastro profundo (En la imagen que acompaña estas líneas los 7 seminaristas que fueron a Payueta en 1962).
Como en los mejores momentos de seminarista, cuando “tocaba” el “paso del Ecuador” o “ Santa Catalina” me tomo el atrevimiento de escribir una sencilla semblanza sobre Josetxu Canibe en marco teatral: Un escenario, un prólogo, un acto, las escenas y epílogo.
Antes pido disculpas por posibles errores. Han pasado 60 años desde esta “Experiencia” en la que un grupo de 7 seminaristas (en el que yo era el más pequeño y el “más pequeño”) vivimos con la animación, simpatía y entusiasmo de Josetxu, como párroco de Payueta, teniendo como escenario un pueblo encantador, con unas gentes adorables, en un pasaje precioso y con sorpresas, cascada incluida, de la “Cuadrilla de la Montaña Alavesa”. Allí se inauguró lo que se llamaría durante varios años “Experiencia rural”.
Un prólogo que, a pesar de la sencillez del guión, Josetxu lo asumió desde los primeros momentos como si se tratara de un “Auto Sacramental”. Por eso fue varias veces al Seminario de Vitoria-Gasteiz para ir conociendo al grupo, atando cabos, y desde su íntimo y entrañable interior, ir pensando en el “reparto” por los distintas familias.
El “Acto único” pero con muchas e inolvidables escenas se desarrolló, fundamentalmente en la recogida de la patata en el mes de septiembre de 1962.
Las “escenas” se desarrollaron, naturalmente al ritmo y “letra” de cada familia, comenzando con la Misa de la mañana y terminando con la oración vespertina. Hubo, sin embargo, un obligado pero más que oportuno cambio: la parroquia estaba en obras y los encuentros se celebraban en la ermita de San Roque, un pequeño alto, en el perímetro del pueblo. A las tardes, tras la oración, y con una pequeña acordeón, había tiempo para canto, fiesta, charla. Allí estaba nuestro cura con su típica sonrisa y una salivilla traviesa que se le escapaba de gusto. Yo creo que el Padrecito José tuvo en esa experiencia un curso anticipado “del buen misionero”: animoso, atento a nuestras reacciones, reuniéndonos para compartir y enseñarnos que “la alegría es, también, una virtud teológica” y, por eso, humana.
Esto sería interminable. Así que voy al “Epílogo”. En la Antigua Escuela Unitaria. El último sábado, a la tarde-noche, una fiesta de los seminaristas con “sus” familias… cantos… magia… payasos. Había que terminar… ¡Imposible!… Unas despedidas alucinantes. Un cura majo, feliz a tope… presente cada segundo de nuestra experiencia y allí ni pudo evitar unos abrazos enormes ni, por supuesto, que lo intentó, pudo ocultar unos ojos emocionados. Josetxu Canibe, en una aldeílla alavesa, aprendiz de misionero de la acogida, la entrega y la ternura.
Valentín Vivar
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