La misionera Isabel Matilla es antropóloga y economista y conoce bien la realidad de Ecuador. Lleva vinculada a este país, y mas en concreto a la provincia de Manabí, desde 1985. Ante la situación que está viviendo el Ecuador ha escrito esta reflexión que compartimos a continuación.
Cuando París (Francia) se ha convertido esta semana en el escaparate de armas más grande de toda Europa con su feria de armamento Eurosatory, los nadie ecuatorianos y ecuatorianas, llamados entre ellos y en cada una de sus lenguas, gente (wao, aents, runa, pai, chachi,…), se muestran por los caminos, carreteras y calles de las ciudades ecuatorianas portando lanzas.
La demostración palpable del desprecio y clasismo de las élites gobernantes actuales, sonó con rotundidad en una de sus cadenas afines esta mañana nada menos que en palabras del Ministro del Interior, quien con suficiencia y voz de estratega afirmaba que hay que reprimir la protesta social porque los sublevados están armados con “armas ancestrales.” De repente, la chonta milenaria (1) que puebla la selva amazónica es tan letal como el acero de los misiles que el marketing sugerente de los expositores de la Feria venden como tecnología e innovación. Pero la miopía gubernamental no se queda ahí, los calificativos de terroristas e incluso de estar financiados por el narcotráfico, no han hecho nada más que enardecer a gentes pacíficas que plantearon sus reivindicaciones, inicialmente sólo en sus territorios, para apelando al diálogo, ser oídos y escuchados antes de extender el paro a todo el territorio nacional.
La idea de nación segmentada, irreconciliable a veces en su racismo étnico y racial, ha quedado de nuevo patente en la protesta social de estos días. El reparto de papeles se repite cíclicamente: el fútbol y la selección para los afroecuatorianos, la protesta para los pueblos y nacionalidades indígenas de la Sierra y Amazonía; la inanición para el pueblo montubio que, sin organización de base, asiste sin inmutarse a niveles insostenibles de crimen, sicariato y narcotráfico, además de la violencia económica que les afecta a los tres segmentos de población.
La fuerza y resistencia indígena tiene su fundamento en el asociacionismo histórico de la CONAI, la CONFENIAE y la FENOCIN. Estas asociaciones se hartaron de esperar conseguir derogatorias de Decretos y normativas lesivas por parte de una Asamblea fragmentada y clientelar que tiene que actuar bajo las directrices del justo proceder. También se cansaron de ir a reuniones con el Gobierno y sólo recibir promesas, dilaciones y engaños. Un Gobierno que ejecuta políticas ajeno al país en el que vive, aunque eso sí, nadie puede obviar que muchas de ellas estaban en su programa electoral y parte del movimiento indígena se abstuvo en la segunda vuelta, propiciando con su abstención, el triunfo de Guillermo Lasso, al que hoy defenestran.
Pero las políticas neoliberales estaban ahí y ni la pandemia les ha detenido: un año de políticas desreguladoras, despidos masivos en la función pública, sin obra pública, con cero inversión en sanidad y en educación, … ha dado paso a la desnutrición, el mal comer y morir a las puertas de un hospital vacío de camas, equipos, medicamentos y médicos. Y si las muertes por desatención se han triplicado en las llamadas enfermedades catastróficas (cáncer, diabetes, cirrosis,…); la educación ha sufrido el mayor varapalo en años, porque después de dos años sin clases presenciales, con inversión en infraestructuras cero, la vuelta a la presencialidad no ha sido posible al no haber planificado la adecuación de las aulas y espacios deportivos, saqueados o destruidos en esos dos años.
Lasso, como todo banquero, preocupado porque le cuadren las cuentas ante el FMI, mantiene un gobierno inestable -son muchas las dimisiones y cambios ministeriales en sólo un año- y lleva a cabo una pésima gestión con el gravísimo problema de la inseguridad ciudadana y el ascenso del narcotráfico. Las Fuerzas Armadas y la policía, tan diligentes para someter al pueblo vulnerable, no consiguen controlar las cárceles ni las calles de Guayaquil, Durán, Babahoyo o Manta del sicariato. El miedo al robo y a la intimidación nos invade y las calles de cualquier ciudad o pueblo, como Calceta, son tierra vacía a partir de las nueve de cualquier noche. Las nuevas metodologías técnico-instrumentales no se pueden llevar a cabo en ninguna aula de la Universidad en la que trabajo, porque el alumnado no lleva ni computadoras ni celulares a clase por miedo a los asaltos en el camino de ida o vuelta a clase.
En las zonas rurales del campo manabita, se ve de lejos la protesta que ocurre en las grandes ciudades de Quito o Guayaquil; algunos y algunas quisieran sumarse, pero no tienen ni para el pasaje que les llevaría hasta allí. En plena cosecha del café, no hay dinero porque no se trabaja a jornal, se vive esperanzado en obtener un buen precio ahora que todo ha subido. Los miro consumir horas de televisión viendo el avance y las luchas de, hoy sí, los hermanos y hermanas indígenas. Los estrategas del Gobierno, sabedores del significado real y simbólico de la bandera, la han presentado hoy en los noticieros de las televisiones afines, semiquemada, sugiriendo el irrespeto indígena hasta por los símbolos patrios.
Pero el movimiento popular ecuatoriano es resistente y muy experimentado en este tipo de luchas. Sus respuestas son imprevisibles para las fuerzas policiales; encienden fogatas para neutralizar la asfixia que genera el gas lacrimógeno, comparten comida y petate, saben dormir al raso de la noche fría de Quito, caen y se ayudan a levantar, … La represión no va a hacer abandonar la protesta, los días pasan y ya se empiezan a contar muertos y heridos. Eso hiere y entristece, los muertos y heridos siempre son familia de alguien.
La Asamblea y las fuerzas progresistas no están queriendo transitar el camino constitucional del relevo del Presidente, aunque tienen mayoría suficiente. La Iglesia oficial, ha querido intervenir, pero ya no es interlocutora válida sabiéndose su cercanía a un presidente del Opus Dei. Cortocircuitado lo tradicional, quedan los saberes ancestrales indígenas, montubios y afroecuatorianos para dar esperanza, una vez más desde abajo, a este pueblo sufrido y vulnerable.
M. Isabel Matilla (23/06/2022)
(1) El árbol de chonta o pejibaye (Bactris gasipaes), es un vegetal de la familia de las palmeras (arecáceas); su fruto es una drupa roja comestible y de alto valor nutricional.
Deja una respuesta