La hermana María Torres Amaro es mexicana, clarisa capuchina sacramentaria que vive en la Amazonía ecuatoriana, concretamente en Coca en el Vicariato Apostólico de Aguarico. En esta entrevista, publicada en la revista Los Ríos, Joseba Olaziregi, misionero guipuzcoano -recién regresado de Ecuador- conversa con ella sobre el sentido de la vida contemplativa en el mundo actual, en la Misión.
¿Cómo unas hermanas mexicanas, deciden establecer su comunidad en en el Vicariato Apostólico de Aguarico, en un terreno de misión?
México es un país católico bendecido con abundantes carismas y vocaciones a la vida consagrada, entre ellas la Orden de las Hermanas Clarisas Capuchinas Sacramentarias: Clarisas porque pertenecemos a la vasta orden de las Clarisas fundadas por Santa Clara en 1212. Capuchinas, porque, acogiéndonos a la reforma de los capuchinos en 1535 nace en Nápoles Italia, el primer monasterio con las nuevas reformas. Y Sacramentarias porque en México en el año de 1879, en plena persecución religiosa, se nos concede la aprobación para dedicarnos a la perpetua e ininterrumpida adoración eucarística.
Después de hacer las gestiones pertinentes solo quedaba elegir el lugar, y qué mejor que la Iglesia del Vicariato Apostólico de Aguarico en plena Amazonía ecuatoriana, ya que era el sitio que reunía las condiciones para fundar. Se consultó al consejo de misión sobre la posibilidad y ellos, junto con el entonces Obispo Monseñor Jesús Esteban, acordaron su aceptación. Fue de esta forma como, a partir del 28 de Enero del año 2000 pisábamos por primera vez estas tierras benditas del Ecuador.
¿Cómo surgió su vocación de religiosa y cuál fue su trayectoria hasta establecerse en este Monasterio Nuestra Señora de Guadalupe de la ciudad de Coca?
Mi vocación religiosa nació cuando tenía los 17 años. Por aquel entonces no frecuentaba mucho la Iglesia y poco me llamaba la atención la religión, a pesar de nacer en una familia muy católica y religiosa. Sin embargo, tengo que admitir que las semillas de la fe siempre me acompañaron.
Un día me invitaron a vivir un retiro vocacional con unas hermanas llamadas Clarisas Capuchinas Sacramentarias, y me dije a mi misma: ¿te atreves? –por qué no- me respondí. Desde el primer momento me sentí atraída a esta peculiar forma de vivir, sobre todo por la connotación eucarística que se expresa con una vida alegre y plena que vi en cada una de las hermanas. Iba por una semana, pero ésta se convirtió en dos, tres, en un mes y en otro, en un año, y en otro. Hasta vivir en esa comunidad 15 felices años.
Cuando resurgió la idea de la fundación a Ecuador el llamado a vivir en una tierra de misión, y el impulso vocacional misionero que ya se venía trabajando en nuestra federación, fueron los detonantes para nuevamente, dar una respuesta al Señor que me invitaba a formar parte del grupo de hermanas que constituirían la nueva comunidad.
¿Sigue teniendo sentido hoy día, vivir la vida contemplativa? ¿Qué puede aportar al mundo actual?
Nuestro monasterio hoy, está llamado a ser testimonio de la primacía de Dios sobre todas las cosas. Queremos hacer ver a los demás que Dios es importante en la vida de cada uno de nosotros.
La Iglesia misma ha reconocido la validez de esta forma de vida en el mundo actual y la sigue recomendando y confirmando en muchos de sus documentos.
Hoy nuestra vida tiene más importancia que nunca, y este estilo peculiar de vivir el cristianismo es de plena actualidad en un mundo, que va perdiendo el sentido de lo divino ante la supervaloración de lo material y de lo inmediato.
Hoy día, la vida contemplativa sigue teniendo sentido. No somos seres inútiles encerrados de por vida para no hacer nada por los demás. La oración es tan valiosa al mundo como lo es el trabajo material, y además nos ganamos la vida con el trabajo de nuestras manos. Siguiendo el lema de san Benito: «ora et labora», ora y trabaja. Y todo esto hecho en un clima de silencio y paz que ayuda al encuentro con Dios. Dios es amigo del silencio y debemos buscar a Dios en el silencio, buscar momentos para estar a solas con Él, que es Amor para amarle con todo el corazón. Incluso, en el trabajo y ruido de nuestras ciudades modernas debemos hacer un pequeño desierto en nuestro corazón, no para olvidarnos de los que nos rodean, sí para centrarnos en Dios que habita en lo más íntimo de nuestro ser.
¿El convento es un refugio que las aísla? ¿Cómo se vive la relación con el mundo desde dentro de la clausura? ¿Cómo se mira el dolor de la gente en época de crisis desde un convento?
El convento o monasterio no es un refugio, que nos aísla, pienso que lo que sucede a veces es la falta de información, o ciertas ideas erróneas que se dan o se hacen con respecto a la vida contemplativa. Una hermana contemplativa prefiere que su propia vida sea un testimonio antes que dar explicaciones del porqué de su vocación.
La mirada de una contemplativa sigue siendo teocéntrica, y así miramos y nos relacionamos con el mundo, es decir: desde la mirada de Dios. Creemos que algunos de nuestros males actuales se deben precisamente a ese detalle. Cuando el ser humano siente que ya no necesita de Dios, y ninguna cosa parte de ese ver, es cuando más pierde, porque pierde en humanidad. Y es capaz de pisar, destruir, odiar, etc.
El sufrimiento y el dolor visto desde una contemplativa siempre va direccionado hacia la esperanza, que viene de Dios. No podemos permitir que el sufrir por sufrir tenga la última palabra, las personas que se acercan hasta nosotras aquejadas por cualquier dolor tienen que encontrar un mensaje de esperanza, y de solidaridad en su sufrimiento.
Aunque son religiosas contemplativas, ustedes también son misioneras, ¿qué cara tiene Dios en la misión?
Ciertamente aunque somos monjas contemplativas, la vida contemplativa es la voz orante de la Iglesia. La oración que se eleva desde los monasterios es la voz de la Iglesia y de tantos hombres y mujeres que no saben, no quieren o no pueden rezar. Esa oración es la voz de tantas personas que sufren –emigrantes, discriminados, abusados, encarcelados– que no saben cómo expresar su dolor e impotencia. Nuestra oración, como los brazos alzados de Moisés, se eleva para interceder ante el Señor por el bien de toda la humanidad y la Iglesia. El corazón de una hermana Clarisa Capuchina Sacramentaria debe estar lleno de rostros y muestra a los demás el rostro misericordioso desde la eucaristía.
¿Cómo se siente una con el trabajo que realiza para ayudar a los que más lo necesitan?
Como comunidad contemplativa en misión, la solidaridad que podemos hacer para con los demás, especialmente a los más pobres, es siempre gratificante. Poder extender nuestra solidaridad más allá de nuestros muros claustrales, es una herencia de nuestra Madre Santa Clara que al comienzo de su vida evangélica quiso que nosotras, sus hijas, tuviésemos siempre una especial atención por las personas. Esto lo vemos reflejado cuando, en su diario vivir con sus hermanas en San Damián, hizo de su oración una súplica, cuando un ejército de sarracenos asediaba la ciudad, y portando ella una custodia con la sagrada eucaristía, pidió al Señor por la protección no sólo de las hermanas sino también por toda la ciudad.
Sabemos de las dificultades de la convivencia, ¿es igual de complicado en una comunidad religiosa?
La convivencia humana siempre nos pone en tensión, pero depende de nosotros el enfoque que le demos. En una comunidad religiosa la cosa es muy distinta, en primer lugar porque no estamos en función de lo que hacemos, del rendimiento o de cuanto generamos a nivel económico, la convivencia fraterna aunque frágil por nuestra condición humana. Es la mejor expresión para con los demás de lo que vivimos dentro, y es una propuesta a nuestro mundo de hoy de que es posible vivir en plenitud la vida, cuando ésta se da a los demás, porque se ama y se respeta al otro por lo que es.
En segundo lugar porque para nosotras la palabra sigue teniendo un invaluable valor; las palabras más importantes de la biblia dicen: “y la Palabra se hizo carne”(Jn 1,14) por eso nos ejercitamos diariamente en el diálogo, para vivir en comunión y en comunidad. Cuando mucha gente nos pregunta si somos felices, solemos decirles: “vengan, y vea”.
Aunque lleven una vida en comunidad, hay momentos en que una puede sentirse sola. Si ha vivido esta experiencia, ¿qué significó vivir esa soledad?
Decir que la soledad, en la vida religiosa, genera muerte no es muy adecuado, más de alguno pensará que la soledad es la causa de nuestra muerte. Espero que la idea se aclare si digo que la ausencia de una verdadera soledad es aquello que realmente mata. Me voy a referir explicándolo con un verso del siguiente poema:
“Seremos islas unos días, pero la isla que prefieren los pájaros”
Convertirnos en el espacio preferido por los pájaros equivale a erigir alrededor de la propia vida un grado de libre disposición del tiempo, posibilidades a tener cada vez más espacios de soledad y silencio. Personalmente no concibo una vida sin vastas soledades. Podéis imaginar nuestro monasterio, rodeado de la hermosa y exuberante vegetación de la Amazonía, con sus jardines poblados de color. En una ocasión una hermana nos decía que había en la selva unos pájaros específicos que con sus trinos pedían a los árboles que les diesen permiso para hacer sus nidos, cuando digo que vivir la experiencia de la soledad, me refiero a que se requiere de un constante y dedicado trabajo. Se trata pues de diseñar la propia soledad con el cuidado, la sencillez y el buen gusto con se cuida y cultiva un buen jardín, ya sea en el centro de una comunidad religiosa, una familia, una ciudad, o una Iglesia.
¿Qué ha sido lo más duro de su vida?
Todos hemos pasado por momentos difíciles, y yo no soy la excepción, uno de ellos fue la enfermedad de mi Padre, su salud fue deteriorándose poco a poco, con una diabetes, muy agresiva, pasando por una embolia, y luego la amputación de una pierna. Mantenerme fuerte en esos días por mi propia familia, intentando darles ánimo y esperanza, el Señor puso a prueba mi fe… creo que en ese tiempo experimenté mi propia pequeñez y al mismo tiempo sentí que mi oración se volvió más simple, más cercana, más confiada.
¿Qué mensaje le gustaría dejar a las Hermanas con las que comparte comunidad, a los misioneros religiosas, religiosos y laicos y también a quien lea esta entrevista?
A todos ellos quisiera decirles solamente que: nuestra vocación bautismal, ya seamos religiosos, misioneros, o laicos la desarrollamos en la escucha de la Palabra de Dios, que plantamos en nuestro interior para que allí crezca y se desarrolle, una escucha que supone silencio, paz y voluntad para dejar atrás tantas otras palabras. Sobre todo las que nos decimos a nosotros mismos. Escuchar a Dios escuchando al hermano (a) a las demandas de la historia que nos toca vivir, y los gritos de socorro “donde la vida clama”.
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