Por Amaya Modrego, misionera mercedaria de Berriz.
Mi piden un testimonio desde mi experiencia en R.D.Congo. Me brota hacer eco de un grito, el grito de este pueblo. País rico, muy rico, pero objeto de una explotación salvaje de sus materias primas al servicio de intereses económicos… A lo largo de estos últimos años, el país ha sido invadido por compañías extranjeras, muchas chinas, llegan como perro por su casa, comprando concesiones mineras y grandes explotaciones y terrenos. Acaparamiento de tierras, deforestación, contaminación de ríos, tierra y aire, todo les es permitido… los trabajadores expuestos a grandes riesgos y a material muy tóxico, malviven alrededor de las minas en chabolas hacinadas, lejos de sus familias, son focos de sida y todo tipo de enfermedades. Los pocos grupos sociales que velan por el medio ambiente, tienen muy pocos recursos y poder para hacer frente a estos gigantes. En la frontera con Zambia, kilómetros de camiones desfilan cada día, cargados con mineral, símbolo del expolio.
Mientras tanto la educación, la salud, la agricultura… lejos de mejorar se deteriora cada vez más. Cada año aumenta el nivel de desescolarización, somos testigos con dolor de cuantos niños van quedando en la cuneta, sin aprender a leer y a escribir todas las oportunidades se cierran para ellos. Y nos preguntamos por el futuro de estos niños y de este país.
Desde el Centro de salud he podido ser testigo de lo mucho que sufre este pueblo. Intentar a la desesperada sacar adelante niños que nos llegan con malnutrición avanzada. Ver como el Sida sigue haciendo estragos a pesar de los programas que gracias a algunas ONG se realizan para la sensibilización, detección y acompañamiento de personas con VIH positivas. Personas desplazadas desde otros lugares del país, huyendo de situaciones de violencia que prefieren no contar, también se acercan… no tienen nada. E incluso médicos o enfermeros jóvenes, que con mucho esfuerzo y sacrificio han acabado sus estudios, saben que sus familias esperan mucho de ellos, … pero ven con desesperación que no hay trabajo renumerado para ellos, curiosamente en un país donde la mayoría de la gente está enferma. El que pueda saldrá del país, el resto los más pobres, quedan en rehenes en el propio país. La inseguridad ha aumentado, la presencia de militares en todas partes crea desconfianza y miedo. Las visitas a la cárcel son otra realidad que clama al cielo.
Pueblo alegre, llora cuando toca, pero sabe celebrar, en la maternidad cada día nos reciben las mujeres cantando y danzando, celebran el milagro de la vida que acaba de nacer. Felicitan a las enfermeras y comadronas, mujeres fuertes y valientes…tras una noche de duro trabajo sé que alguna de ellas cojera la azada e ira al campo, hay que garantizar el maíz… Tienen la experiencia de ver triplicarse el precio en época de escasez, el hambre amenaza.
Durante la noche, ya en silencio se puede escuchar a lo lejos la música del Tan Tan, en algún sitio están de duelo. Su canto armonioso, acompaña y ayuda a serenar el dolor. También se escuchan los rezos de las muchas iglesias evangélicas que van naciendo, gritan como queriendo arrancar al cielo una solución a su situación.
A la mañana temprano, todavía amaneciendo, la eucaristía es experiencia de comunión con este pueblo muy religioso, vienen agradeciendo la vida, el simple hecho de amanecer con vida… Sus rostros lo dicen todo, sus preocupaciones y dificultades en esa lucha por buscar lo esencial para vivir: comida, alojamiento, pagar la escuela de los niños, enfermos en la casa, la inseguridad y el miedo… para los pobres los planes raramente salen como se ha dispuesto, y siempre hay que empezar de nuevo, pero siguen confiando. Tu Señor eres nuestra fuerza, ellos lo cantan y rezan… saben que solo en él les queda confiar.
Amaya Modrego es misionera mercedaria de Berriz. Ha compartido la vida y la tarea durante muchos años en la R.D. del Congo y actualmente se encuentra entre nosotros.
Deja una respuesta