El pasado viernes 3 de enero, tuvo lugar en el salón Bengoleku de la parroquia San Vicente de Abando en Bilbao, el tradicional encuentro de misioneras y misioneros diocesanos que han estado en la R.D. del Congo. Es el momento de compartir noticias, darse un abrazo, celebrar la eucaristía y continuar con la comida.
Entre las noticias, se comenta la situación política del país . La inestabilidad, las dinámicas de poder que siguen como siempre, el poder de las empresas chinas, la deforestación enorme…. También algunos datos de los territorios:
Xabier Goicouria, misionero de Bizkaia, que lleva 54 años en Likasi– Congo,. continúa trabajando en los proyectos educativos, pastorales, sociales que con tanto empeño ha sacado adelante junto con los congoleños y congoleñas. En estos momentos se están terminando las obras que completarán el edificio que albergará las aulas del instituto de ciencias de la salud en su fase universitaria.
En Bunkeya el equipo misionero de las carmelitas se ha reducido a dos religiosas, por lo que están con una enorme carga de trabajo en el hospital y la comunidad. Esperan recibir el apoyo de otra compañera. En cuanto a la situación de la salud en el país, reconocen que el sistema de salud ha mejorado.
En Kansenia el equipo misionero de las terciarias capuchinas se están coordinando bien con con un nuevo presbítero con iniciativa e ilusión por el trabajo pastoral.
En Mufunga también ha comenzado a trabajar un nuevo presbítero con ganas de hacer cosas nuevas. Le acompaña un diácono que además de la tarea pastoral ha demostrado habilidades para arreglar todo tipo de cosas. Algo siempre muy útl Desde Misiones Diocesanas se ha apoyado la compra de una central eléctrica.
Se compartió también en la reunión el contenido de una carta escrita por Xabier sobre cómo ha vivido la celebración de la Navidad este año:
“La verdad es que pienso mucho en vosotros a lo largo del año, porque gracias a vuestro esfuerzo, dedicación, sacrificio, voy continuando con mi labor de completar, en la medida de lo posible, lo mucho que les falta a los de aquí para disponer de unos medios parecidos a los vuestros, pero especialmente he pensado en todos los colaboradores durante estos días de Natividad. Os voy a contar cómo pasé ese día y aunque se echa de menos, los percebes, las angulas, los caracoles o lo que cada uno está acostumbrado a comer durante estas fiestas, no es sólo la comida lo que más se echa de menos, ya que hay también otros aspectos que pueden suplir con creces esos pormenores, por aquello de que “no solo de pan vive el hombre”.
Me tocaba celebrar la misa de siete, que es como si dijéramos la Misa Mayor. Faltaba, tal vez la alegría de los niños exhibiendo sus regalos por las calles, pero no podía quitar la vista de la majestuosidad del momento. La iglesia estaba engalanada.
Unos grandes globos como los que de pequeños nos solían regalar los jueves los de Calzados La Palma, colgaban de las arcadas de la nave central. Una especie de tules formaban un nudo con los globos llegando casi a tocar el suelo. Las columnas y los muros estaban adornados con pendones de diferentes colores que provenían de los movimientos juveniles. No sé si todo ello era muy litúrgico, pero al menos rompían con la monotonía y la seriedad de todos los días.
Los monaguillos – que son legión – eran los encargados de esos aderezos. Eso les permitía vivir durante tres días en el recinto de la parroquia, cocinando por su cuenta, durmiendo sobre el duro suelo, cortando las ramas de los árboles de los alrededores, arrancando musgo donde apareciera, contentos de estar en grupo fuera de sus casas y preparando algo con lo que iban a llamar la atención de toda la feligresía.
Los cantores habían estado tres meses preparando los cantos de ese día. En la parroquia disponemos de cuatro corales y cada una de ellas cuenta al menos con 60 miembros, unos jóvenes y otros que han dejado ya de serlo. Se pasan horas y horas ensayando los cantos, aprendiendo nuevos, que los copias de otras parroquia e incluso de otras iglesias y como no tienen lugares a los que desplazarse ni otras actividades para divertirse, disfrutan repitiendo los cantos y preparando los “uniformes” que van a ponerse ese día para mejor llamar la atención de la asamblea.
Salimos por la puerta exterior de la sacristía, una cohorte de monaguillos (17), vestidos con túnicas blancas, seguidos por los lectores y los que iban a dar la comunión, también de blanco, el encargado de dar los anuncios y detrás de todos, el celebrante. Era una columna interminable en la que los primeros ya habían alcanzado las gradas del altar y todavía yo estaba entrando a la iglesia entre el griterío y los cánticos de los asistentes.
Hubiera sido emocionante para mí si se tratara de la primera vez, pero ya había asistido en innumerables ocasiones a celebrar el mismo acontecimiento. Junto al altar, los monaguillos habían colocado un Nacimiento enorme, adornado de centenares de bombillitas de colores que despedían sus fulgores rojo, azul, verde, amarillo, llamando la atención de nuestros fieles, que no sé si estaban más atentos al relampagueo de las luces de colores que de las palabras del anunciador que trataba de centrar la atención de los feligreses en el grandioso acontecimiento de la Navidad.
El Nacimiento era variopinto. El misterio y los Reyes eran de color blanco y el grupo de pastores y alguna otra figura despistada que se encontraba sobre el lugar, eran de colores, pero los pobres, con el paso de los años habían perdido parte de lo que impregnaba sus cuerpos y se encontraban descascarillados. Son figuras grandes, de unos 35 cm de altura, que los encontré en la parroquia hace 54 años y siguen manteniéndose en pie a pesar de tantas manos como han conocido en el transcurso de los tiempos.
Llegó el momento de entrar en acción. Los cantores estaban preparados, atentos al movimiento de la batuta y en cuanto esta se puso en movimiento, un vocerío enorme inundó el recinto parroquial. El ruido era atronador, todos se esforzaban en hacerse oír, yo miraba a sus caras y la dicha se vislumbraba en sus ojos, sus gargantas estaban tensas, temía por sus cuerdas vocales, mostraban el máximo de su fuelle. Estoy seguro que el Niño de Belén sonreía ante el caluroso recibimiento de esta gente sencilla que no tenía otra cosa que ofrecerle que su voz y la hacían con generosidad.
La misa transcurrió con normalidad. Nadie tiene necesidad de mirar al reloj. Se canta, se baila (se cimbrea), se leen todas las lecturas, se dan los avisos correspondientes a la semana y al cabo de dos horas y media salimos de la iglesia, contentos, alegres, estrechándose las manos a unos y otros y deseándose felicidad para los días que vienen. Y eso que yo soy el “breve”, porque si hubiera sido uno de los curas africanos quien hubiera dicho esa misa, ésta habría durado al menos 3 horas y media.
Y esa fue mi Navidad. Mi pensamiento estaba en el pesebre y en toda esta gente que asistía a la Eucaristía vestido con sus mejores galas, cantando desaforadamente las maravillas del Creador que ha querido asociarnos a todos en torno a su figura y desearnos que cada día tengamos un poco más de confianza en él. Ya no recuerdo lo que comí ese día, tal vez fuera un plato de alubias como otros muchos días pero eso era lo de menos.
Y mientras esto ocurría en el interior de la iglesia tengo que deciros que la inestabilidad continúa, hasta el punto que el ministro provincial de la Seguridad ha dicho públicamente que le mayor parte de los bandidos son o policías o militares, que descontentos porque no les llega su paga actúan de esa forma. Desgraciadamente, hay muchos robos, asesinatos, violaciones y a pesar de todas las normas de seguridad que dicen que adoptan, la criminalidad no desciende
En Kinshasa los médicos están en huelga, en varias provincias también lo están los maestros.. Veremos cómo se presenta el comienzo del segundo trimestre. Pero una vez más tengo que avisaros que aquí estamos en paz, y con la ilusión de veros a todos vosotros dentro de unas semanas aunque me falle la memoria y tenga que hacer un gran esfuerzo para volver a recordaros.
Y termino como empezaba. Os agradezco vuestro interés y vuestros esfuerzo para que todos podamos vivir un poco mejor y podamos cantar juntos formando un mismo coro: “Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres de buena voluntad.”
Feliz Año 2020. URTE BERRI ON. Un abrazo. Xabier
Que aprendamos de las y los congoleños «a cantar desaforadamente las maravillas del Creador« y que «cada día tengamos un poco más de confianza en Él».
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