Este es el lema de la campaña de Misiones diocesanas para este año.
Xabier Eskauriatza, misionero en Ecuador durante más de 10 años, ha elaborado el marco teórico desgranando cada palabra del lema. El texto nos ayudará a centrar la reflexión y profundizar sobre el significado de la campaña en los materiales y actividades que estamos preparando.
Para enriquecer la reflexión hemos pedido también a otras personas cercanas a Misiones, que nos escriban sobre lo que les sugiere el lema. Cada testimonio ha aportado una mirada diferente.
Algunas de estas reflexiones aparecen en el próximo número de la revista Los Ríos, que recibiréis en breve, pero también queremos compartir toda esta riqueza en nuestra web.
Arantza Basagoiti fue misionera seglar en Ecuador. En estas líneas nos habla desde su experiencia personal y nos invita a salir de la normalidad que nos impide ver, vernos como seres humanos diversos pero plenos, con nuestros cuerpos diferentes, nuestras capacidades diferentes y abrazar esas distintas expresiones de la corporalidad humana.
Me resulta difícil hablar sobre esta invitación a salir de casa y exponernos a lo nuevo cuando tantas personas huyen de sus países en guerra, de sus tierras expropiadas, y lo tienen que hacer con riesgo mortal —violaciones, abusos, robos, extorsiones; separaciones, accidentes; cadáveres en las carreteras, en las costas, en la mar—. Estos días en los que está tan fresco el recuerdo de la pequeña Alicia, vulnerada en Gasteiz hasta la muerte, volvemos a oír sobre los miles de criaturas que, en busca de refugio, salieron de sus casas y desaparecieron por el camino, muchas secuestradas por mafias que trafican con seres humanos: que colocan a esos y esas pequeñas con personas que las violan y las esclavizan. Sí, eso ocurre, seguramente mucho más cerca de lo que queremos creer.
Y en medio, al lado, junto a esto me parece que no deja de sonar la llamada de lo Profundo a salir: de nuestra casa, de nuestra tierra; de lo que sabemos, podemos, tal vez de lo que queremos. Para que se nos pueda dar la vida en abundancia anunciada, la prometida, de una u otra manera tenemos que salir.
El viaje más difícil, extraño, desconcertante, enriquecedor y feliz que se me está dando vivir es el que me arrancó de la normalidad y me está llevando a reconocer y honrar, a abrazar la diversidad que en realidad somos. Un accidente, una lesión medular: los pies de este cuerpo que soy no me han sostenido nunca más. La pérdida me dolió, a ratos aún me duele: amaba caminar. Pero lo más sorprendente fue descubrir que mi nueva configuración corporal me expulsaba de mi tierra; que andar en silla de ruedas me convertía en una minusválida o, en término más fino, una persona con discapacidad. No importaba que me siguiera sintiendo como antes, o sea, una mujer plena, un ser humano pleno: entre el mundo y yo se había cruzado una silla de ruedas, y mucha gente y buena parte de los bienes y servicios sociales me consideró al margen —es que no puedes, es que no llegas, es que qué triste; es que no eres apta para el autobús, la casa de convivencias, la excursión—.
A la sorpresa le siguió la rebeldía. Y también el asombro ante la gente que me iba encontrando en ese margen, ese que yo misma había contribuido a mantener cuando era normal: el lugar socialmente asignado a quienes por tener ciertas características físicas, sensoriales, mentales, intelectuales eran, son tratadas como extrañas en los sitios en los que se hace la vida en común —escuelas, hospitales, parroquias, asociaciones, cuadrillas, clubs de tiempo libre—. Asombro, cómo no: si mi dejar de caminar no había cambiado ni un poquito la percepción que tenía sobre mí misma era que una capacidad no era significativa para estar conectada a la pasión del vivir: a intereses, afectos, búsquedas, ilusiones, aprendizajes (con todas sus caras oscuras, por supuesto). Y si eso me pasaba a mí, sin duda era lo que le ocurría a todx otrx, fuera como fuese. ¿Síndrome de Down? ¿Autismo? ¿Sordera? ¿Parálisis cerebral? ¿Esquizofrenia? Sí, ¿y? No habla, no entiende, no se mueve, ya. Pero qué poco sabemos de la experiencia vital de esx que no habla, etc.:de lo que se le mueve dentro y quiere, necesita, busca (como cualquiera) expresar.
Decir ser humano es decir cuerpo. Y decir cuerpo es decir, irremediablemente, necesariamente, de hecho, cuerpos:cada uno con el suyo, con el cuerpo que es tal como es, irreductible a norma alguna, pues no existe lo que alguien debería ser, sino lo que es. Lo que es.
Utzi zure lurra. Es de justicia, debemos salir de la normalidad que nos impide ver a las gentes con eso que se llama discapacidad como los seres humanos plenos que son, para grave perjuicio del desarrollo de sus proyectos vitales. Abracemos la creación, lo que es: las distintas expresiones de la corporalidad humana, todas con información tan única como radicalmente comunicable sobre lo humano; todas necesarias para una comprensión más precisa, más preciosa de lo que en realidad somos.
Arantza Basagoiti
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