Loli Asua es teóloga laica, vizcaína, pertenece a las comunidades de Fe y justicia. En varias ocasiones nos ha ayudado a reflexionar sobre la dimensión misionera.
La misión es vida. Y la vida es misión. Vivir implica tener proyecto, sentido de tu vida. Sentido que vamos descubriendo y decidiendo desde que tenemos conciencia, de la mano de la familia, la escuela, la comunidad, la sociedad en la que vivimos. Y en nuestro caso, gracias a la fe, de la mano de Jesús, encarnación de Dios y desvelador del sentido más auténticamente humano: estar abierto a los demás y en especial a aquellos más necesitados. Ello conlleva encargarnos de sus necesidades y de que las condiciones sociales, políticas, eclesiales, posibiliten vida digna para todo ser humano. Es decir, atención personalizada y trabajo político, estructural trabajando por un mundo justo y humano.
Hoy se enfatiza mucho la necesidad de crecer personalmente, de encontrarnos con nosotros mismos, de ser felices… Nos llegan ofertas diversas para ello. Contienen una parte de verdad, pero pueden olvidarse de que el encuentro más profundo y pleno con mi propio ser pasa por la apertura a los otros y a Dios, al Misterio, según se recoge en las diferentes tradiciones religiosas y humanistas.
La vida es don y tarea. Don que conlleva capacidades, habilidades, posibilidades para desarrollarnos como personas. Don, dones que poseemos desde el comienzo de nuestra existencia y que seguimos recibiendo a la largo de toda la vida, especialmente de las personas con quienes nos relacionamos, muchas veces de quienes menos poseen. Y que te hacen sacar lo mejor de ti, de tus dones, que se potencian. Tarea que nos mantiene vivos hasta el último suspiro, dando y recibiendo vida.
La vida es misión y la misión es vida.
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