José Luis Ormijana fue misionero en Congo durante doce años. 35 años después, visitó Katanga en agosto de 2014 y nos relata sus impresiones.
A través de estas líneas quiero compartir con todos los que conocéis, amáis o estáis interesados en nuestras antiguas Misiones diocesanas mi última experiencia.
Paso por alto la emoción personal de encontrarme con tanta gente conocida, de ser recibido con cantos y bailes, de haber compartido misas y mesas en tantos pueblos. Me he encontrado con antiguos monaguillos de las misiones de Bunkeya y Mwadingusha de las que fui párroco y que ahora son ellos párrocos de importantes parroquias de la archidiócesis.
Pero quisiera hacer una reflexión un poco más profunda, que sin duda será subjetiva e incompleta, pero es la imagen que me he traído del Congo.
Zerbait mugitzen ari da. Kongon badira bidegabeko gizartean bizi direla jabetzen direnak.
A primera vista parece que todo sigue igual: el aeropuerto de Lubumbashi es el mismo caos de siempre. A lo largo de las rutas, las casas de adobe y de techo de paja parecen las mismas que dejé, los campos siguen en los mismos sitios y la gente trabaja en ellos con los mismos instrumentos de siempre: hachas y azadas.
Pero hay dos cosas que me llamaron la atención y que están destinadas a cambiar la sociedad africana: Las rutas son mejores gracias a los chinos que han puesto sus máquinas en ellas y las comunicaciones. El móvil es ya un instrumento presente en las ciudades y en el interior
Se constata, no sin dolor, el expolio al que estamos sometiendo las inmensas riquezas de Katanga. Por las carreteras circulan continuamente enormes camiones que transportan el cobre, el cobalto, el coltán y otros muchos minerales fuera del país sin que esto repercuta en bien de los congoleses. La deforestación es también preocupante. Las ciudades son enormes y la gente necesita carbón para cocinar, para calentarse… Los árboles de los alrededores pagan las consecuencias de la superpoblación y ya se ven grandes extensiones sin vegetación. La corrupción sigue siendo una lacra que afecta a casi todos los ámbitos del poder.
Pero, algo se mueve. Ya hay congoleses se dan cuenta de que la sociedad en la que viven es injusta. Que el “primer mundo” les trata como ciudadanos sin derechos, olvidados, manipulados y explotados. Que sus dirigentes sólo piensan en su propio bien. La Iglesia está presente, tal vez huele un poco a incienso, a cantos, a bailes. Cada misa es una explosión de alegría y fraternidad, pero ¿solo eso? Un día África explotará. Habrá una primavera africana como hubo una primavera árabe. Espero que mejor. No se si serán dos o cuatro o diez años pero el sistema se resquebrajará. La Conferencia Episcopal congolesa hace oír su voz. Para unos es molesta, para otros suena demasiado lejana, pero ahí está y poco a poco va despertando conciencias en las comunidades cristianas y en otros ámbitos de la sociedad. Y, sí, tarde o temprano habrá un nuevo Congo.
José Luis Ormijana
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